Por:

Juliana Quecan – Antropologa/gerente de cuentas Provokers Andina

Paola Alvarez – Antropologa/directora de proyectos Provokers Andina

Tratar de identificar los primeros hallazgos de la investigación que estamos desarrollando en Provokers sobre la mujer actual en el área Andina, fue una tarea que me asignaron hace poco en la compañía. ¿Por qué me eligieron? Tal vez porque como antropóloga, experta en estudios de género, mujer y feminista podría sumar miradas diversas y poderosas al objetivo planteado.

Para identificar insights sobre la mujer actual, desde Provokers nuestro propósito fue claro y contundente: teníamos que ir a la fuente. Por esta razón, en Colombia llevamos a cabo 7 talleres de exploración (6 participantes cada uno) y 270 entrevistas asincrónicas mayoritariamente en Colombia y minoritariamente en Perú, Chile, México (mediante nuestra metodología denominada BeFeed). Es así que entrevistamos mujeres de diferentes niveles socioeconómicos, ciudades, edades (18 a 65), y diversos estílos de vida (trabajadoras, estudiantes, con y sin hijos, solteras, casadas, etc.).

Debo confesar que una vez comencé a excavar en esta inmensidad de información, mi primera reacción fue la sorpresa. Tal vez, ingenuamente y de forma subjetiva, esperaba que las respuestas espontáneas de las mujeres frente a preguntas como: ¿Qué caracteriza a la mujer de hoy?, o ¿Cómo consideras que están las mujeres hoy?, reflejaran un poco de esas luchas aún no alcanzadas en materia de equidad de género (que en mi experiencia feminista se hacen visibles día a día). Quizás esperaba escuchar con más fuerza temas álgidos como el retroceso que se generó en la pandemia con la pérdida del trabajo o el incremento de la doble jornada para las mujeres, la inequidad de salarios, lo difícil que se vuelve para las mujeres hacer parte de gremios tradicionalmente masculinos, entre otros.

No obstante,  tal fue mi sorpresa que las respuestas fueron bastante positivas. Las mujeres se perciben “empoderadas, guerreras, trabajadoras, luchadoras, resilientes” e, incluso, el 68% de nuestras 270 entrevistas asincrónicas, siente que estamos mucho mejor que antes. Desde mi mirada feminista mi reacción espontánea fue conflictuarme, pues sentía que se estaba minimizando el hecho de que en materia de derechos de las mujeres, aún el camino por recorrer es bastante largo. Sin embargo, luego de escuchar los relatos, me di cuenta que estancarme en mis luchas internas por los pocos espacios que sentía que habían ganado las mujeres, me estaba negando la posibilidad de ver algo muy poderoso.

Las luchas de muchas mujeres en su día a día se llevan a cabo de manera silenciosa. Empoderarse no es trabajo fácil, y muchas veces este empoderamiento aparece en entornos tan cotidianos como poder elegir qué comprar, cómo vestir, qué comer, qué película ver o incluso elegir cómo se quiere criar a los hijos, qué se les quiere fomentar o qué no, que a la luz de otras miradas, pasan desapercibidos. Dandome cuenta de esto, descubrí que en este tipo de decisiones habituales y en el hecho de empezar a cuestionarse sobre libertades, espacios ganados y los que quedan por ganar, es donde está ese sentimiento de positivismo.

Por tal motivo, esas luchas que han tenido que enfrentar en sus entornos cotidianos, con sus familias, sus esposos, sus vecinos, que las han hecho atreverse, superar miedos y dolores, y que incluso vienen de generaciones atrás, son esas cosas que las llenan de orgullo y que se vuelven algo impactante pero poderoso a la vez: “Mi mamá nunca hablaba, no podía opinar porque mi papá la regañaba. Yo ahora intento enseñarle otra cosa a mis hijos. Ahora me lo pregunto y sé que eso no está bien, no me resigno como lo hacía antes” (Grupo de exploración Btá- mujeres de 35 a 45 años), “Cuando era chiquita, veía que a mi papá le servían más comida en el plato y así yo quedara con hambre, no podía pedir más. Ahora le digo a mi papá que yo como lo que quiera y en la porción que quiera, eso ya es un avance” (Grupo de exploración Btá- mujeres de 25 a 35 años).

Ese poder de cuestionamiento y de visibilidad, hace que las mujeres sientan que hoy en día tengan unas ganancias claras: la libertad de pensarse como individuos, de desarrollar y cultivar los gustos (sean cuales sean), de estudiar, de tener oportunidades laborales y de poseer una serie de libertades para forjar su propio camino y tomar sus propias decisiones. Incluso, me causó curiosidad que este proceso de empoderamiento varias veces se hace por medio de otros: los y las hijos/as. Las mamás, más allá de hacer cambios por y para ellas mismas, quieren impactar y aportar su granito de arena a la forma en la que sus hijos/as perciben el mundo, a los demás y a ellos/as mismos/as. Quieren cortar el ciclo, y no quieren que su historia o la historia de las mujeres de su familia se repitan. Quieren que haya cambios y quieren volverse inspiración en ese proceso.

De otro modo, quiero resaltar que para las mujeres que entrevistamos, no todo han sido espacios ganados y aún hay luchas y tensiones no resueltas. La violencia, la inseguridad y el peligro siguen siendo una de las principales angustias diarias (incluyendo los feminicidios que se han vuelto un discurso común en medios de comunicación y redes). Éstas, sobre todo, se perciben en la calle: El kit básico de crianza de mujeres incluye no salir solas a la calle, buscar hacer actividades dentro de casa (no salir a un bar, sino invitar a los/las demás a nuestra casa) y pensar en el hogar como “un espacio seguro”: “Eliminaría todo tipo de violencia hacia la mujer” (Mujer Perú, 48 años), “Poder vivir con libertad…. viajar solas sin necesidad de temer a que otro se aproveche de ti, a salir de rumba sin temer a que pase algo durante la noche” (Mujer Colombia, 30 años).

Adicionalmente, la mayoría de las mujeres viven en una dualidad llena de cargas emocionales muy fuertes: hoy en día se tiene que ser de todo. Esto, ha sido resultado de que efectivamente sientan que se han conquistado espacios, pero también no han podido dejar de ocuparse de “lo tradicional”. Por eso, hoy la vida de las mujeres son capas y capas: Tienen que ser buenas mamás e hijas, deben cuidar de la casa, deben estudiar y ser exitosas en el trabajo, y también tener un cuidado holístico de ellas mismas: “Quiero ser una excelente madre, llevar a mis hijos a ser grandes emprendedores e independientes, que realicen sus sueños. También quiero lograr mi libertad financiera, y quiero viajar por todo el mundo” (Mujer Colombia, 47 años). “Logré el éxito en el ámbito empresarial y que me admiren mi familia y amigos” (Mujer Perú, 65 años).

Por esta razón, resulta clave entender que estas cargas se han vuelto una lucha constante, aunque menos explícita, de las mujeres consigo mismas. Quieren sentirse poderosas, demostrarle a los demás lo capaces que son, que pueden con todo. Incluso, durante los talleres era frecuente escuchar que les cuesta delegar y dejar en manos de los demás lo que han construído como su “deber ser”: “Un mundo sin mujeres, en nuestra percepción, sería un total caos. Las mujeres son la “voz de la razón”, son “las responsables del mundo”, son “las administradoras de todo” (Talleres de exploración, Bogotá).

Por otro lado, hubo otro tema que llamó mi atención: a pesar de que sus luchas cotidianas, ganancias, tensiones y visión actual del mundo, se vinculan con muchos de los temas que justamente el feminismo debate y trabaja en el día a día, no se consideraban feministas y no faltaron los comentarios de asociar a las feministas, con mujeres extremistas, que no se rasuran, que odian a los hombres y se visten como ellos. A estas mujeres de pensamientos y tendencias feministas, pero con miedo al fantasma de una imagen errada del movimiento, me hubiera gustado decirles que el feminismo no es otra cosa que tratar de ser conscientes del peso que tiene nuestra crianza y las expectativas que la sociedad impone sobre lo que debemos o deberíamos ser, si nacemos hombres o mujeres. Y que además, busca la manera en que rompamos con esas construcciones culturales para vivir en medio de una sociedad más equitativa y justa para todos los seres humanos (básicamente lo que ellas mismas están haciendo actualmente con sus hijos-as).

Todo esto, me hizo pensar en lo difícil que es salirse de esos estereotipos que cada persona construye desde su punto de vista y su entorno social, educativo y cultural. Incluso, me hizo cuestionarme a mi misma sobre la reflexión inicial con la que empecé este escrito. Por tal motivo, el mensaje final que quisiera dejar de todo esto es que las marcas tienen un gran reto, porque necesitan tratar de salirse de esas posiciones que encasillan a determinadas poblaciones en determinados comportamientos, como es el caso de las mujeres.

El gran peligro que corren las marcas es seguirse anclando al cliché y a mostrar esa “mujer tradicional” de la que actualmente varias mujeres quieren distanciarse. Cabe recordar la frase de alguna de ellas: “ahora me lo pregunto y sé que eso no está bien, no me resigno como lo hacía antes”. En nuestras entrevistas las mujeres resaltaron algunas marcas que hablaban de empoderamiento femenino o incluso mencionaron que ya no solo se muestra un tipo de mujer, sino varias (diferentes edades, etnias, tallas, etc). No obstante, sienten que muy pocas realmente tienen “el corazón de mujer” porque se quedaron en mostrar unas diferencias físicas pero no un interior cargado de múltiples significados. De ahí que sintieran que pocas de ellas, se vincularan a sus necesidades reales y sus tensiones actuales.

En esta medida, todo esto refleja que nuestra vinculación con las marcas sigue siendo funcional: Nos identificamos con un producto que nos sirve o nos gusta por su acción (por como huele, por cómo nos deja la piel o el cabello, para lo que nos ayuda), pero no porque nos conecte o nos sintamos identificadas con su mensaje desde ese “sentir de mujer”. Esto genera un corto circuito, porque de un lado, las marcas siguen pedaleando en la imagen clásica de la mujer, mientras que nosotras somos cada vez más diversas, estamos cada vez más empoderadas y con ganas de reconocimiento.

Por lo tanto, una gran oportunidad que aparece es desarrollar propósitos que realmente se conecten con esas capas de tensión que nos atraviesan como mujeres. Las marcas pueden trabajar en temas relacionados con salud, no solo desde lo físico sino desde la estabilidad emocional y mental. Adicionalmente, las mujeres necesitan espacios y momentos de catarsis donde puedan descargar esas tensiones que llevan a diario. Proponer o tener a disposición comunidades, foros, etc. donde las mujeres puedan expresarse libremente y escuchar las historias de vida de otras, puede resultar sumamente terapéuticos y conectarnos con las marcas a otro nivel.

Esto, sin duda, sigue siendo todo un desafío. Debemos apostar por enseñar a las mujeres a que se conozcan, a que aprendan de lo que les gusta y lo que no, a que expresen libremente lo que sienten y piensan. Marcas, feministas, mujeres, hombres, y todos los seres humanos debemos trabajar de la mano por dejar de lado esta imagen y educación femenina del “deber ser”, y apostar a un empoderamiento real, del cual en este momento vamos en la ruta, pero que aún nos queda mucho por recorrer.

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